Restaurante Spoonik Club Barcelona
El refranero popular de nuestra cultura recoge un sinfín de aforismos y frases hechas de fácil comprensión que a lo largo de los siglos, generación tras generación, nos han ayudado a entender, un poco mejor, como funciona el mundo. De todas ellas, hoy haremos nuestra la que dice "quien tiene un amigo, tiene un tesoro" y bien cierto es, más cuando estos amigos son unos laureados y reconocidos chefs de prestigio y su casa un restaurante concebido a modo de laboratorio experimental de nuevas sensaciones.

Siempre me he considerado una de esas personas a las que se les conquista por el estómago y la suma de un cúmulo de pequeños detalles. Para mi el hecho de que alguien me abra las puertas de su casa, significa algo más que ir de visita, pone en evidencia que formas parte de su vida y que en mayor o menor grado también ocupas un espacio en su corazón. Podría, muy gustosamente, deleitaros vanagloriando y ensalzando la figura publica de mis queridos John Giraldo y Jaime Liberman pero hoy dado que ceno en su casa, prefiero mostrar su otra cara, la más intimista, la más próxima, en definitiva la más cercana. Pese a que hace relativamente poco que nos conocemos, siempre hemos hablado el mismo idioma y nuestro respeto y admiración mutuos se han traducido siempre a modo de un impecable trabajo.

Citados en el palacete modernista que poseen en el exclusivo barrio de Lesseps, Esteban Galánsommelier del Spoonik Club nos abre la puerta recibiéndonos con una copa de Dom Pérignom con la que hacer más llevadero el invernal frío que con su manto cubre todo de blanco al caer la noche. A medida que avanzamos por el jardín, regresamos al esplendor y la gloria de una época pretérita donde la educación, la clase y el buen gusto lo era todo. De su frondosa vegetación sorprende la variedad de especies de la misma y como cada una de ellas, en armonía, enmarcan un precioso patio típico catalán recién restaurado. Como si del jardín de una casita de muñecas se tratase, la fachada se alza a modo de umbral hacía lo desconocido. Al abrirse la puerta, una intensa luz purpura resplandece desde el interior, mientras la dulce voz de una soprano nos atrapa cual canto sirena, hasta tomar asiento al ritmo de Puccini.  

Del interiorismo me llama soberanamente la atención como conviven elementos modernos como la estantería de hierro colado que invade discretamente el salón o esculturas de Jaime Hayón para Lladró con paredes adamascadas en terciopelo rojo, mobiliario Louis XIV y un impresionante espejo veneciano con marco de pan de oro que corona la chimenea neoclásica que preside la sala. Un piano de pared, piezas icónicas del diseño contemporáneo y una cuidada biblioteca se encargan de hacer el resto haciéndote sentir como en casa.  
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Una vez sentados en la mesa la magia da comienzo con una empanada de ajiaco con crema de aguacate y alcaparras fritas, pura poesía visual para el alma en cuanto a contrastes cromáticos se refiere y un remanso de paz para nuestro paladar.

El ceviche andino de trucha, huevas de tobiko y huacatay nos cautiva por su frescura y colorido a partes iguales. Una pequeña expedición rumbo hacía la cara más oculta y escondida de Los Andes que a modo de ante sala, invitan a continuar por este periplo de texturas y sabores dando paso al taco de frijol frito con salsa de cacahuete, chile pasilla y tomate seco cuyo intenso sabor es capaz de saciar la más temible de las gulas.
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Si el primer bloque nos impactó por su variado colorido, el segundo seduce por su hegemonía cromática.

El cochinillo a baja temperatura con cayene y mostaza casera de Gewurztraminer alcanza con nota al más intenso de los placeres. Su capa crujiente protege con recelo una melosa carne acompañada de una suave mostaza que a modo de sábana, la cubre protegiéndola con esmero.

Servido en una vaina de cacao de cerámica, el royal de cochinillo ibérico con ortiguillas, mayonesa de achiote y mojo de cilantro representa a un pequeño mundo, virgen e inexplorado.

Pese a no ser muy de pescado, debo de añadir que me encantó el rodaballo relleno de papaya y coquitos de Brasil, salsa de guayaba y piñones que nos sirvieron acompañado de una vanguardista y reinventada causa lila de papa lisa con caviar de Beluga y doble crema.
Nuestro punto y final lo ponemos a modo de broche de oro con un tamal de chocolate relleno con texturas de cacao servido envuelto en una hoja de maíz y posteriormente bañado en cacao puro caliente. Un dúo de chocolates que interaccionan con cierto con las demás texturas presentadas.

Los petit fours artesanales son pura laboriosidad en miniatura, tan bonitos y tan delicados que hasta dan pena comerlos, después de probarlos no puedes evitar comerte uno de los que pertenecen a los comensales de al lado.

Agasajado hasta el límite más extremo de la acepción que nos permite el uso de esta palabra nos despedimos, no sin antes ojear detenidamente uno de los libros de su biblioteca que más llama mi atención, uno dedicado por Karl Lagerfeld a Anna Piaggi donde arte e innovación van de la mano a la hora de desarrollar las claves de un estilo único e imperecedero, adjetivos fácilmente extrapolables a la cocina de estos dos grandes genios de la cocina contemporánea.

Muchas felicidades y nuestra más cordial enhorabuena. Parafraseando a Dorothy Gale en una de las escenas del Mago de Oz y adaptándolas a este contexto: "Se está mejor en vuestra casa que en ningún sitio".   
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The City Restaurant Grand Hotel Central Barcelona
Nuestra cultura está repleta de escenas cotidianas con un claro y socialmente sutil trasfondo gastronómico que en un sinfín de ocasiones empleamos como excusa para vernos, reencontrarnos, dejarnos llevar y disfrutar.

Para ello no se me ocurre un lugar más idóneo que el City Bar & Restaurant del Grand Hotel Central de Barcelona. Situado en la céntrica y bulliciosa Vía Laietana, destaca con creces y con nota por encima de la media de la oferta de la zona por su carácter exclusivo, su discreción y su elegancia intemporal.

Definiendo su cocina como honesta y sin complicaciones, este bistró mediterráneo con acentos cosmopolitas, promueve un producto de temporada y de alta calidad, elaborando platos en su punto óptimo de cocción, repletos de matices. De la mano de Alberto Vicente, chef residente del espacio, damos el pistoletazo de salida y nos adentramos en una completa experiencia gastronómica, maridada con la mejor selección de vinos locales y los originales cócteles de autor de Manel Vehí, bartender del hotel.
Como entrantes para compartir nos decantamos por un clásico de la gastronomía de nuestro país, las croquetas de pollo asado. Crujientes por fuera y melosas por dentro, desde el primer bocado nos trasladamos a nuestra infancia rememorando las comidas de los domingos en casa de la abuela. La crema ligera de pescado de roca y tempura de mar nos sorprende muy gratamente por su textura gelatinosa en yuxtaposición al crujiente de la tempura del cangrejo nómada y las gambas. Su intenso sabor amor evoca al verano, al sol, al mar y a la más pura esencia del mediterráneo. Los raviolis de pollo del Prat con calabaza y rebozuelos desprenden un delicioso aroma que invitan más que a saborearlos a devorarlos de un sólo bocado. La pasta fresca con la que se elaboran es cocinada cada mañana para que llegado el momento de ser servida se encuentre en su punto óptimo de cocción.
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De su completo abanico de carnes nos decimos por la pluma de ibérico y las álbondigas de pato con foie gras y peras. De la pluma destacar la jugosidad de su carne cocinada al punto y su acompañamiento, un delicioso puré de calabaza con crujientes de patata. Para describir las álbonidigas nos faltan palabras para plasmar el preciosista juego de contrastes que en armonía se integran al unísono dentro de una orquestada  melodía.

Como era de esperar los postres supieron estar a la altura, superando nuestras expectativas, tanto en presentación y originalidad como en sabor. El pastel de queso y frutos rojos acompañado de helado artesanal de fresa presenta un tamaño y formato óptimo para compartir del mismo modo que los originales buñuelos rellenos de chocolate. Los apasionados del dulce encontrar una gran gama de postres con los que saciar la más temible de las gulas.

Sin nada más que añadir, el City Bar & Restaurant es uno de esos restaurantes imprescindibles de obligada peregrinación a los que hay que ir al menos una vez en la vida.
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