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Monsieur Privé abordo del exclusivo Queen Mary 2

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Coincidiendo con la inauguración de la nueva Terminal Helix Cruise Center del Puerto de Barcelona, un selecto grupo de medios de comunicación fuimos invitados a subir abordo de uno de los transatlánticos más emblemáticos de todos los tiempos, el Queen Mary 2

Citados a primera hora de la mañana, poniendo un precioso amanecer como telón de fondo, tras superar los rigurosos controles de seguridad, nos dirigimos al punto de encuentro de la terminal con el fin de reunirnos con nuestro guía. 

De su arquitectura nos sorprende muy gratamente la altura de sus techos y la paz que desprende la atmósfera a través del uso de colores neutros y materiales nobles, combinados muy sabiamente con las últimas novedades constructivas del sector. 
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Majestuoso, yacía atracado en reposo, arropado por una mar en calma, aguardando a la espera de nuestra llegada.

Siempre que embarco en un transatlántico no puedo evitar rememorar la ya mítica escena de Titanic con la que da comienzo el filme.   

Sus dimensiones lo convierten en una embarcación cómoda de transitar durante su travesía y las distancias están muy bien calculadas.
Nada más llegar me detengo frente al retrato de la Reina Isabel II que preside el hall de la entrada. A su izquierda, una exclusiva zona comercial con boutiques de lujo de firmas internacionales de la talla de Michael Kors o Bvlgari, hacen desatar el comprador compulsivo que llevo dentro, por suerte para mi bolsillo, a esa ahora aún estaban cerradas.
Tras un ameno paseo por cubierta y por los espacios más emblemáticos de su interior, somo invitados a un opíparo almuerzo en el gran salón que preside el corazón del navío. En riguroso orden, todo ha sido cuidado al detalle.

Al finalizar, como si de un bello sueño del que no querer despertar se tratase, nos tocó regresar a la dura realidad, aguardando la esperanza de poder volver algún día.
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Monsieur Privé en el exclusivo Queen Victoria

Crucero a bordo del RMS Queen Victoria
De la mano de Cunard y Mundo Mar Cruceros tengo el gran privilegio de embarcarme en el RSM Queen Victoria, uno de los transatlánticos estrella de la compañía y uno de los más lujosos y exclusivos del mundo. Al facturar mi equipaje me invade un maravilloso sentimiento de bienestar y paz absoluta que poco a poco me ayuda a evadirme y a olvidar la realidad que me envuelve. Dejando atrás un contexto incierto e inestable desde un punto de vista político, pongo rumbo a Southamton dejándome llevar hacía la aventura. 

Los interminables y estrictos controles de seguridad hacen mella en mi y tras embarcar, me dispongo a darme un relajante baño de espuma antes de presentarme en el gran salón para asistir a la cena de gala con el capitán, programada en honor a nuestra presencia. Mientras lleno la bañera, enciendo un par de velas que siempre viajan conmigo y sincronizo mi dispositivo móvil con los altavoces, le doy al play y me sumerjo a la velocidad de la luz en un relajante universo de sensaciones.
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Como si del personaje principal de una película de James Cameron se tratase, recorro el pecio imaginando un sinfín de escenas de Titanic que momentáneamente invaden mi mente. Su escalinata de mármol y roble evoca a la del navío más famoso del cine y su distribución me conduce inevitablemente a establecer un paralelismo con la del Hotel Intercontinental de París.

Camino del comedor me detengo en el casino y en la galería, un completo espacio comercial que incluye una perfumería en la que poder encontrar desde perfumes de Chanel o Christian Dior hasta un sinfín de abalorios con los que ornamentar gratuitamente nuestros outifits, algo que me llama soberanamente la atención. Al preguntar, la dependienta me responde que dado que muchas mujeres prefieren viajar sin sus joyas se les ofrece la posibilidad de engalanarse con bisutería de su gusto. 
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Tras desconectar de todo, durante poco más de dos horas, me dirijo al gran comedor, un elegante y acogedor espacio de estilo art decó cuya atmósfera me atrapa y me ayuda a sumergirme de pleno en el esplendor de un tiempo pasado. Al traspasar el umbral de su puerta, un amable camarero me acompaña hasta mi mesa y allí aguardaban a la espera el resto de periodistas invitados junto con un miembro de la tripulación. Más tarde se incorpora el resto de asistentes invitados y pocos minutos después aparece ante nosotros el capitán con su uniforme de gala. De mi aspecto, le llaman la atención mis zapatos tipo Oxford en color azul metalizado firmados por Albert Elbaz para Lanvin, entre risas y abrazos me confiesa que le encantan y que nunca antes había visto unos iguales!
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La noche transcurre tranquila y relajada mientras vemos como poco a poco nos alejamos de la costa catalana. Como si de una imagen de postal se tratase, desde uno de los ventanales contemplamos desde otra perspectiva el skyline de la ciudad, hasta difuminarse por completo detrás de una fina lluvia de otoño que actuando a modo de antesala, dio paso a un extraordinario ágape culinario.

Al traerme la carta me asaltan mil dudas, no sé qué pedir, todo tiene una pinta extraordinaria, mis cinco sentidos se activan al unísono, algo que me ayuda finalmente a decidirme por una ensalada nicosía marinada con atún al tapenade de pimienta y aceituna negra, seguida de un suculento filete de buey gallego acompañado de patatas pont neuf, salsa romesco y almendras marconas cuyo broche de oro puse con unas delicias de fresa silvestre con hojaldre crujiente de chantilly.

Tras despedirme del resto del grupo decido dirigirme hacia mi camarote y aprovechando que la lluvia había cesado, me decido a dar un paseo por cubierta. Recorriendo visualmente el litoral costero de nuestro país, uno avista que no existen más limites y fronteras que aquellos que el ser humano esté dispuesto a imponerse. En la inmensidad del océano uno aprende que no existen muros de contención algunos y que en todo momento debemos adoptar una forma de pensamiento universal que nos ayude a adaptarnos a todo tipo de contextos.  
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