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Quienes pasamos gran parte de nuestra vida alojados en hoteles de medio mundo, desarrollamos un agudo e inusual sexto sentido en cuanto a la percepción de los pequeños detalle se refiere. Algo que desde la cadena Hoteles Santos saben muy bien.
Partiendo de la base de que el edificio es ensimismo una obra de arte, proyectada por el célebre y reconocido arquitecto, Premio Pritzker, Toyo Ito, su interior no puede ser menos.
Llevando a cabo un magistral ejercicio de estilo, las habitaciones del Hotel Santos Porta Fira de Barcelona, situado dentro del perímetro del recinto ferial de Gran Vía 2, cuenta con una equipación de lujo que lo convierte en uno de los que mayor ocupación tiene tanto en ferias como en convenciones.
La decoración diáfana de sus habitaciones se complementa con un acertado contraste cromático cuyo resultado otorga al lugar una atmósfera única y singular en la que el tiempo se detiene y reina un equilibrio y una paz absoluta en la que poder aislarse y descansar tras una intensa jornada. La experiencia en si va más allá y adquiere una nueva dimensión cuando al decidir darte un baño te das cuenta que las amenities son de la prestigiosa firma francesa Hermès. Un lujo elevado al cuadrado teniendo en cuenta que nos encontramos lejos de casa y que detalles de este tipo nos hacen sentir arropados por un cariño inusual que normalmente no se encuentra en los hoteles.
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La espectacularidad de su oferta gastronómica camina acorde al resto de la filosofía de la empresa, revelando algunos de sus principales pilares como el esfuerzo, la entrega, la pasión, la vanguardia y sobre todo, como hemos dicho antes, el cuidado por el detalle.
Muy gratamente sorprendidos, probamos la carta y nos decantamos por un pincho de huevo frito de codorniz con bacon, trufa y jamón de bellota cuyo cómodo formato, permite al comensal saborearlo de un mismo bocado. Como entrante aparece en escena un efectista tartar de gamba roja con ravioli líquido de tomate con albahaca, remolacha crujiente, nieve de coco y plancton marino cubierto por un halo de misterio a modo de vapor de romero al hielo seco. Seguidamente aparece como plato principal un suculento cochinillo ibérico con cremoso de tapinambour, trinxat de patata con trompetas de la muerte, alcachofas y espuma de calçots. Sin palabras, la melosidad de la carne horneada a baja temperatura hace que bocado a bocado se deshaga en el paladar envuelto en un sinfín de matices. Como broche de oro damos paso a un postre compuesto por una mousse de chocolate blanco con pistachos garrapiñados y sorbete de la pasión con el que decir hasta la próxima, dejándonos un dulce sabor de boca tras nuestra estancia. Poniendo así el punto y final a una estancia de lujo que esperamos poder repetir en breve.
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