El emblemático Hotel Ritz Mandarin Oriental Madrid reabre
nuevamente sus puertas, tras casi cuatro años de remodelaciones, para dar la
bienvenida a todo aquel que esté dispuesto a formar parte de su historia. Una
más que justificada ausencia que le ha ayudado a inundar con un nuevo halo de
elegancia y sofisticación la capital española, rindiendo tributo al esplendor del pasado
mientras mira con optimismo al futuro. Un magistral ejercicio de estilo dirigido
al unísono por el arquitecto Rafael de
La-Hoz y el dúo de interioristas franceses Gilles & Boissier con el que reavivar el fuego de una de las leyendas más
vanagloriadas de todos los tiempos en nuestro país.
Su oferta gastronómica, dirigida por el célebre restaurador poseedor de tres Estrellas Michelin Quique Dacosta, cuenta con cinco
espacios de excepción donde poder degustar innovadores platos de alta
cocina. El Restaurante Palm Court, es
uno de ellos. Sin perder la esencia de su estilo belle-époque, se abre en el más amplio sentido de la palabra. Arquitectónicamente hacía el cielo, derrumbando una bóveda que durante más de ochenta
años ocultaba una majestuosa cúpula de cristal, permitiendo la entrada de luz
natural durante todo el día, como metafóricamente a modo de homenaje a nuestra madre tierra, elaborando con
sus frutos suculentas recetas.
Aunando tradición y vanguardia, recupera la antigua costumbre del té de las
cinco. Un tentempié de origen inglés que transcurre entre las 17:00h y las
19:39h, justo antes de la cena. La fórmula del “Afternoon Tea” destaca por una
excelente relación calidad-cantidad-precio. Un servicio de tres tiempos con
bebida incluida que da comienzo con una selección de sándwiches salados,
seguido de un par de típicos british scones acompañados de crema inglesa y una completa selección de mermeladas artesanas,
cuyo broche de oro es puesto por un delicioso surtido de elaborada repostería.
Propuestas inspiradas en el recetario original de las cocinas del hotel,
adaptadas a los gustos imperantes de nuestro tiempo. Un lujo objetivo, sin
pretensiones que sorprende muy gratamente al comensal sin la necesidad de
recurrir gratuitamente ni al exceso ni a la teatralidad. Un piano de cola de
color blanco, adquirido en los años 50, traído expresamente por petición de Frank Sinatra, se encarga de hacer el
resto, creando con su música una atmósfera única y con encanto que traslada a
todos los allí presentes a un mágico espacio donde el tiempo se detiene.