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Monsieur Privé en la inauguración del nuevo y exclusivo club de fumadores del Bluesman Cocktail Bar del Hotel Palace de Barcelona (Gran Vía 668)

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Desde hace ya algunos años el Hotel Palace de Barcelona (Antiguo Ritz) se ha convertido en el escenario de un sinfín de maravillosos episodios de mi vida, tanto en el plano personal como el profesional.  Mis frecuentes visitas me han ayudado a hacer mío el espacio, permitiéndome conocerlo en profundidad como si de la palma de mi mano se tratase, hasta el punto de llegar a descubrir alguno de los muchos secretos que se ocultan tras las marqueterías y adamascados de sus muros.

Nada más traspasar la puerta giratoria que preside el hall de la entrada, su atmósfera te atrapa dándote la bienvenida y trasladándote a una época pretérita de esplendor y gloria, difícil de ubicar en el tiempo, ya que los relojes se detienen y todo adquiere una nueva dimensión.
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En esta ocasión invitado por su nuevo director, el Sr. Jaume Donjó, tuve la oportunidad de descubrir  un nuevo espacio, recién inaugurado y hasta aquel momento aún permanecía cerrado al público, me refiero al nuevo club de fumadores del Bluesman Cocktail Bar, una sala donde los amantes de las tradiciones podrán disfrutar de un buen puro mientras saborean uno de los mejores whiskys del mundo al ritmo de la música de la banda de jazz que actúe ese día.

Resulta difícil de creer, verdad? En una sociedad como la nuestra donde imperan las prisas, es de agradecer que se abran nuevos espacios donde poder disfrutar de nuestro tiempo como mejor nos plazca y acuñando a su vez todas y cada una de las acepciones más representativas del hedonismo.

Emplazado en el lugar que en su día fuese la carbonera del hotel y décadas más tarde el refugio de artistas e intelectuales de la época, hoy recobra su esplendor transformándose en un nuevo espacio cuya elegante estética cabalga entre la más pura esencia de la Belle Epoque y el refinamiento más exquisito de nuestros días.

Con estricta puntualidad, uno a uno fuimos llegando todos y cada uno de los invitados, llenándose poco a poco la sala con ilustres personalidades del ámbito de la comunicación en Barcelona.
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La cena-cóctel con la que nos agasajó Marc Mallasén, asesor gastronómico y chef titular del hotel, estuvo compuesta por un sinfín de delicias de las que quiero destacar su mini hamburguesas de carne de buey, sus patatas bravas con trío de salsas, sus dados de rabo de toro y sus esferificaciones de Dom Pérignom con caviar. Todo un festín para los amantes de la alta cocina cuyo dulce broche de oro fue puesto por unos mini tiramisús con falsa tierra de chocolate servidos en pequeños tiestos de terracota, tan bonitos que hasta daba pena comérselos.

La espera entre plato y plato fue maridada libremente con una selección de la extensa carta de cócteles de la que disponen. En mi caso me decanté por los clásicos, no yéndome de allí sin probar su piña colada, su cosmopolitan y su san francisco con flor de pensamiento.
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Durante el posterior baile mi gran amiga Laura Curt y yo emulamos a Karl Lagerfeld y su musa Cara Delavigne recreando un episodio del desfile métiers d’arts de Chanel celebrado días antes en los salones del Hotel Ritz de París.

Casi a las tres de la madrugada me dispuse a subir a la suite que días antes había reservado para aquella noche.  Tras ponerme cómodo me di un relajante baño en la bañera romana antes de caer rendido en la cama, no sin antes rememorar una y otra vez desde lo más profundo de mi corazón, todos y cada uno de los maravillosos instantes vividos aquella noche al ritmo de la canción Putting on the Ritz