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Desde hace ya
algunos años el Hotel Palace de
Barcelona (Antiguo Ritz) se ha convertido en el escenario de un sinfín de maravillosos episodios
de mi vida, tanto en el plano personal como el profesional. Mis frecuentes visitas me han ayudado a hacer
mío el espacio, permitiéndome conocerlo en profundidad como si de la palma de
mi mano se tratase, hasta el punto de llegar a descubrir alguno de los muchos
secretos que se ocultan tras las marqueterías y adamascados de sus muros.
Nada más
traspasar la puerta giratoria que preside el hall de la entrada, su atmósfera te atrapa dándote la bienvenida y trasladándote
a una época pretérita de esplendor y gloria, difícil de ubicar en el tiempo, ya
que los relojes se detienen y todo adquiere una nueva dimensión.
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En esta
ocasión invitado por su nuevo director, el Sr.
Jaume Donjó, tuve la oportunidad de descubrir un nuevo espacio, recién inaugurado y hasta
aquel momento aún permanecía cerrado al público, me refiero al nuevo club de
fumadores del Bluesman Cocktail Bar, una sala donde los amantes de las
tradiciones podrán disfrutar de un buen puro mientras saborean uno de los
mejores whiskys del mundo al ritmo de
la música de la banda de jazz que actúe ese día.
Resulta difícil
de creer, verdad? En una sociedad como la nuestra donde imperan las prisas, es
de agradecer que se abran nuevos espacios donde poder disfrutar de nuestro
tiempo como mejor nos plazca y acuñando a su vez todas y cada una de las
acepciones más representativas del hedonismo.
Emplazado en el
lugar que en su día fuese la carbonera del hotel y décadas más tarde el refugio
de artistas e intelectuales de la época, hoy recobra su esplendor transformándose
en un nuevo espacio cuya elegante estética cabalga entre la más pura esencia de
la Belle Epoque y el refinamiento más
exquisito de nuestros días.
Con estricta
puntualidad, uno a uno fuimos llegando todos y cada uno de los invitados,
llenándose poco a poco la sala con ilustres personalidades del ámbito de la
comunicación en Barcelona.
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La cena-cóctel
con la que nos agasajó Marc Mallasén,
asesor gastronómico y chef titular
del hotel, estuvo compuesta por un sinfín de delicias de las que quiero
destacar su mini hamburguesas de carne de buey, sus patatas bravas con trío de
salsas, sus dados de rabo de toro y sus esferificaciones de Dom Pérignom con caviar. Todo un festín
para los amantes de la alta cocina cuyo dulce broche de oro fue puesto por unos
mini tiramisús con falsa tierra de chocolate servidos en pequeños tiestos de
terracota, tan bonitos que hasta daba pena comérselos.
La espera
entre plato y plato fue maridada libremente con una selección de la extensa
carta de cócteles de la que disponen. En mi caso me decanté por los clásicos,
no yéndome de allí sin probar su piña colada, su cosmopolitan y su san
francisco con flor de pensamiento.
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Durante el
posterior baile mi gran amiga Laura Curt
y yo emulamos a Karl Lagerfeld y su
musa Cara Delavigne recreando un
episodio del desfile métiers d’arts
de Chanel celebrado días antes en
los salones del Hotel Ritz de París.
Casi a las
tres de la madrugada me dispuse a subir a la suite que días antes había
reservado para aquella noche. Tras
ponerme cómodo me di un relajante baño en la bañera romana antes de caer rendido en la cama,
no sin antes rememorar una y otra vez desde lo más profundo de mi corazón,
todos y cada uno de los maravillosos instantes vividos aquella noche
al ritmo de la canción Putting
on the Ritz.